¿Qué puede aportar TikTok a la escuela?[1]
Quienes, como quien escribe, tenemos hijos fanáticos de TikTok, a menudo nos hemos sentido como el eslabón perdido entre la era Gutenberg y otra dominada por mutantes, porque sus códigos, sus lenguajes, sus artefactos, sus prácticas, sus valores, sus gustos, nos suscitan extrañamiento. El hiato que se abre entre ellos y nosotros es la brecha que separa dos culturas que tienen como interfaces para dialogar con el mundo tecnologías de la comunicación y la información muy disímiles (Scolari, 2018a).
Hace dos años el investigador de los medios Carlos Scolari sistematizó los resultados de una investigación colosal que se propuso, fundamentalmente, invertir lo que suele ser un lugar común en los estudios sobre consumos culturales juveniles: en lugar de preguntarse qué hacen los medios con los y las jóvenes, encaró una pesquisa en la que exploró qué hacen ellos y ellas con los medios (2018b). Su investigación identifica una serie de habilidades y competencias transmedia que el contacto con la actual ecología mediática les permite cultivar a las nuevas generaciones, y advierte sobre la importancia de diseñar políticas educativas que tomen nota del aprendizaje que tiene lugar por fuera de la órbita escolar y del que ella se puede beneficiar para hacer su trabajo en el contexto de la cultura digital.
Inspirada en Carlos Scolari y su alfabetización transmedia me encontré en cuarentena con la oportunidad de ver qué hace mi hija con la tecnología. El resultado de esa exploración es un artículo publicado en un dossier dedicado a pensar el futuro de la educación desde comunidades de práctica publicado por la Revista Dilemata de España, centrado en TikTok, una de las redes sociales más populares entre los centennials, y auscultando este fenómeno en tanto comunidad de práctica. ¿Qué y cómo aprenden los TikTokers? ¿Qué valores y qué prácticas dan sustento al cultivo en comunidad de sus intereses? Presento a continuación una síntesis de las claves del ultramundo (Baricco, 2019) a las que me abrió el buceo por sus aguas a partir de la etnografía doméstica que auspició la cuarentena.
TikTok como analizador de la civilización digital
TikTok es la red social preferida por los centennials. La aplicación permite a los usuarios crear y compartir videos cortos que oscilan, mínimo entre 3 y 15 segundos y máximo entre 30 y 60 segundos. Es líder en Asia, Estados Unidos y en Europa, mientras que en América Latina cosecha una cantidad de usuarios en constante ascenso. En octubre de 2018 se convirtió en la aplicación más descargada en Estados Unidos. Está disponible en 150 mercados y en 75 idiomas[2]. A julio de 2020 la aplicación tiene más de 800 millones de usuarios en todo el mundo[3]. Estos guarismos hablan del fenómeno cultural y alcanzan para fundamentar la relevancia de su análisis para pensar a la escuela, ya que los usuarios de esta red social están en su mayoría en edad escolar.
Veamos cómo es ese mundo que nuestros estudiantes habitan diariamente.
Régimen de representación hipertextual
En su sitio oficial la aplicación se presenta del siguiente modo: “TikTok es el principal destino para videos móviles de formato corto. Nuestra misión es inspirar la creatividad y brindar alegría”[4].
TikTok es así una aplicación que sirve de plataforma para un público consumidor y productor de material audiovisual. La mutación más obvia está dada por el descentramiento de una narrativa logocéntrica a favor de una audiovisual. Los mutantes prefieren pensar y pensarse por medio de una composición hecha de imágenes y sonidos en lugar de hacerlo por secuencias estructuradas por la palabra escrita (Martín Barbero, 1997). La existencia de nuevos medios es lo que posibilita este vuelco hacia narrativas diseñadas en base a imagen y sonido.
Artesanado
La preferencia por los lenguajes audiovisuales y los dispositivos digitales los hace dominadores de saberes tecnosociales (Peirone, 2018) que, a diferencia de la lectoescritura que nosotros cultivamos en la escuela, ellos forjan en la práctica social virtual, es decir, no son producto de un saber experto que adquieren con el método de “la letra con sangre entra” sino que lo dominan a fuerza de ensayo y error, de hacer y experimentar, de asumir retos y desafíos. Aprenden a expresarse en distintas plataformas mediáticas como aprendieron a hablar, aunque esta experiencia no es comparable al fenómeno de la lengua materna porque son huérfanos digitales, prefiguran su cultura (Mead, 1997) de forma autodidacta y en comunidades de práctica.
En este aprender haciendo hay implícita una teoría del aprendizaje que integra tanto la importancia de la experiencia como fuente de aprendizaje como el constructivismo social: “la interacción refuerza y evidencia el carácter constructivista de las estrategias que ponen a jugar los y las jóvenes, ya que necesariamente hay una experiencia acumulada propia y de los demás gravitando en todo el proceso” (Bordignon et.al., 2020, 9). Ese constructivismo está complementado por el conectivismo (Siemens, 2005), esa teoría que plantea que el conocimiento está distribuido y que se potencia y aprovecha a mayores posibilidades de conexión. Todo lo cual hace de esta plataforma con más de 800 millones de usuarios, una comunidad de práctica con un potencial inmenso para el aprendizaje.
Ética hacker
La dedicación y la pasión con la que los tiktoker confeccionan sus videos no es una cuestión marginal o accidental. Más bien da forma a una ética desde la cual se configura el tipo de compromiso que asumen con sus producciones audiovisuales. En base a esa ética mi hija me recrimina que la autorice a una mayor exposición a las pantallas. Su razonamiento le dice que, si quiere hacer buenos videos, necesita acumular más experiencia. Repetir una y otra vez el mismo gesto, ensayar incansablemente una escena, ejercitar una técnica, no es valorado así como un acto de sacrificio, es un esfuerzo necesario para conquistar el ideal que le fijan a esos proyectos audiovisuales que emprenden a diario. El tiempo que dedican a ello queda totalmente redefinido por la gratificación que la tarea les retribuye.
En TikTok hay muchas pistas que hablan de esta ética. “Una noche más sin dormir… ¡pero qué maravilla!”, rezaba un video exquisito que nos quedamos admirando ambas. “¿¡Sin dormir!?”, exclamo descreída. “Obvio, un montón se quedan toda la noche haciendo videos”, replica mi hija. Frente a la cultura del deber y el disciplinamiento que moldeó el cuerpo y la consciencia de quienes somos hijos de la cultura ilustrada, los tiktokers calculan en base a su vocación, su pasión y sus intereses la conveniencia de sus actos. Le sugiero a mi hija el costado sacrificial que tiene el hecho de no dormir por quedarse haciendo un video. Pero donde yo veo sacrificio ella sólo encuentra una ampliación de su libertad para estar en contacto con eso que interpela su vocación y su interés, eso que da sentido a su práctica. La economía moral que allí despunta es apenas una muestra del cambio de paradigma que implica lo que Lipovetsky (2000) ilustró como la ética indolora que adviene con el crepúsculo del deber. De a poco comprendo que en materia moral nuestro sistema de prohibiciones y virtudes no representa guía alguna para regular la conducta de los mutantes.
Cultura de la convergencia
En TikTok se aprecia un rasgo que en la bibliografía que problematiza el modo de habitar el mundo de los mutantes se denomina cultura de la convergencia (Jenkins, 2008). Esta idea busca señalar toda una nueva forma de praxis comunicativa, donde los sistemas de comunicación son interdependientes y el consumo se presenta como una práctica en red en la que el rol de usuarios y productores se desdiferencia.
Convergencia precisamente alude a la fusión, la transversalidad, la mezcla. Dicha convergencia está dada por la convergencia mediática, la cultura participativa y la inteligencia colectiva.
Si se la pondera desde la idiosincracia cultural ilustrada, TikTok materializa una orgía simbólica, porque allí las clasificaciones de todo tipo se profanan y quedan desdibujadas, dejando sin efecto distinciones clásicas como las de obra de arte, autor, espectador, alta y baja cultura. A estas desdiferenciaciones hay que sumar otras que, como aquellas, también derivan de las tecnologías digitales de la comunicación y la información, pero que son efectos que mayoritariamente resultan de su ubicuidad y su naturaleza virtual, como la deslocalización, la globalización, la desmaterialización (Martín Barbero, 2003). Cuando la creación, exhibición, intercambio y acceso a la cultura no encuentra fronteras, las referencias que organizaban la experiencia cultural también se erosionan.
Extimidad
TikTok pone en escena la exposición de la intimidad a la que los nuevos medios empujan y al consiguiente avance sobre el fuero íntimo que opera lo que sometemos a escrutinio público. La intimidad se transforma así en espectáculo, transmuta en extimidad (Sibilia, 2008). TikTok es un analizador privilegiado de los cambios en el terreno de las subjetividades que explican el actual vuelco de la intimidad a la esfera pública y los modos en que esta espectacularización de la intimidad y ficcionalización de la personalidad se presentan.
La escuela en la sociedad de control
TikTok es expresión de esa sociedad de control de la que nos hablaba Gilles Deleuze (1991) en los años noventa ante nuestros oídos incrédulos. En este contexto la escuela tiene la obligación de aportar una mirada crítica a aquello que constituye el reverso de la cultura digital, que viene en forma de posverdad, sobreinformación, fake news, gubernamentalidad algorítmica. La configuración de este escenario presiona hacia el desarrollo de una nueva agenda para la escuela, que permita formar para la ciudadanía digital y global.
Asimismo, la digitalización del mundo está modificando los modos de interactuar en sociedad, así como los tipos de trabajo y los modos en que se trabaja. Ante este nuevo escenario la disciplina escolar no puede seguir atada a rituales de obediencia, sino que debe incentivar la autonomía de los alumnos en el desarrollo de su tarea y proporcionar las condiciones para la creatividad y el surgimiento del pensamiento lateral o divergente. Para ello es imperativo trabajar en la construcción del hábito de estar juntos aprendiendo colaborativamente, permitiendo el desarrollo de capacidades individuales en el marco de un trabajo colectivo. Algo en lo que TikTok puede funcionar como inspiración.
[1] Este texto presenta de forma sintética y levemente alterada los hallazgos de una investigación publicados en el articulo: “Pensar el futuro de la escuela desde comunidades de práctica. Calves desde TikTok”, en Marina Garcés y Antonio Casado da Rocha (eds.): Debate: Comunidades de práctica y el futuro de la educación. Dilemata Revista Internacional de Éticas Aplicadas, nº 33, 221-233. Disponible en: https://www.dilemata.net/revista/index.php/dilemata/article/view/412000363 [2] Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/TikTok [3] Fuente: https://datareportal.com/social-media-users [4] Fuente: https://www.tiktok.com/es/
Bibliografía
Baricco, A. (2019). The game. Barcelona, Anagrama.
Bordignon, F; Daza, D.; Di Próspero, C.; Dughera, L. y Peirone, F. (2020). “Exploración de las estrategias de aprendizaje tecnosocial entre los y las jovenes eingresantes a la educació superior”. Propuesta Educativa, 53, FLACSO. Disponible en: http://propuestaeducativa.flacso.org.ar/revista/dossier/exploracion-de-las-estrategias-de-aprendizaje-tecnosocial-entre-los-y-las-jovenes-ingresantes-a-la-educacion-superior-el-caso-unipe-unpaz-unsam/
Deleuze, G. (1991). “Postdata sobre las sociedades de control”, en Ferrer, C. (comp.). El Lenguaje literario, Tº2. Ed. Noran, Montevideo.
Jenkins, H. (2008). Convergence Culture. La cultura de la convergencia de los medios de comunicación. Barcelona, Paidós.
Lipovetsky, G. (2000). El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Barcelona, Anagrama.
Martín-Barbero, J. (2003). “Saberes hoy: dimensiones, competencias y transversalidades”. Revista Iberoamericana de Educación, 32, pp. 17-34.
Martín-Barbero, J. (1997). “Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación”, en revista Nómadas, Nº 5, Bogotá.
Mead, M. (1997). Cultura y compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional. Barcelona, Gedisa.
Peirone, F. (2018). “El saber tecnológico. De saber experto a experiencia social”. Virtualidad, Educación y Ciencia, 17 (9), pp. 66-80.
Scolari, C. (2018a). Las leyes de la interfaz. Barcelona, Gedisa.
Scolari, C. (2018b). Alfabetismo transmedia en la nueva ecología de los medios. Barcelona, Universitat Pompeu Fabra.
Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Siemens, G. (2005). “Conectivismo: Una teoría de la enseñanza para la era digital”. International Journal of Instructional Technology and Distance Learning 2 (10).
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