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Verónica Tobeña

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TN

Escuelas Zoom y escuelas WhatsApp: la reconfiguración de la desigualdad educativa tras la pandemia

Escuelas Zoom y escuelas WhatsApp: la reconfiguración de la desigualdad educativa tras la pandemia

Es delicado discernir cómo afectó la falta de presencialidad la experiencia educativa de los estudiantes porque esta varió significativamente en virtud de las condiciones diferenciales de cada hogar y de cada institución educativa.

No obstante, un estudio realizado por investigadores de la UTDT (Universidad Torcuato Di Tella) a la semana diez de declarado el ASPO (mayo 2020), por medio de una encuesta aplicada a equipos directivos de 143 escuelas, tanto de gestión estatal como privada, de nivel inicial, primario y secundario de la Ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires, ilumina respecto del factor que funciona de parteaguas. Esto es: el tipo de tecnología en la que se apoyaron las escuelas para la continuidad pedagógica. De esa distinción surge la diferenciación entre Escuelas Zoom y Escuelas WhatsApp.

A partir de la convocatoria PISAC-COVID de la que participé a través de una investigación federal desde FLACSO, obtuvimos datos que refrendan esta distinción para la escuela secundaria. Ambas investigaciones ofrecen pistas para pensar la forma que asumió la desigualdad educativa en el contexto de la pandemia.

Para quienes asistían a lo que llamamos Escuelas Zoom, a través de contactos diarios sincrónicos en los que se tramitó la educación remota de emergencia, la experiencia de lo escolar siguió siendo cotidiana, pero con una propuesta degradada. En estos casos las clases presenciales se mudaron linealmente a la pantalla, con similares esquemas horarios. Imaginen lo que es tener a chicos criados en un medioambiente digital sentados frente a una computadora ocho horas escuchando primero al docente de historia, después al de matemáticas, luego al de lengua.

El medio era la tecnología digital, pero no había nada de la experiencia multimedia y de recursos hipertextuales en esa propuesta. Algunos de los testimonios de estudiantes de todo el país, que recabamos en la investigación citada, dan cuenta del colapso en el que sumió a los chicos esta estrategia. La desaparición de las fronteras hogar-escuela, lo que algunos de ellos llaman como “escuela full-time”, los saturó.

Textualmente, los chicos dicen cosas como “era todo mecánico”, “no te daban ganas de hacer nada”. Con todo, para estos chicos la escuela siguió siendo una experiencia cotidiana, degradada pero presente, y por lo tanto pudieron mantener vínculos con sus pares, cierta relación con la exigencia de la escuela, etc. Esto varió según la disponibilidad de dispositivos y de conexión individual.

En cambio, para aquellos que asistían a lo que identificamos como Escuelas WhatsApp, es decir, escuelas que procesaron la continuidad pedagógica estableciendo contacto por mensajes vía celular que consistían por lo general en el envío de tareas y trabajos prácticos con una frecuencia variable, la escuela gravitó muy distinto en su día a día.

Si bien tenían en común con sus compañeros y sus docentes un grupo de WhatsApp, no los veían a diario ni interactuaban en vivo con ellos, no tenían una rutina pautada por la actividad escolar. Más bien ese contacto significaba el traspaso de trabajos prácticos y actividades que los chicos debían realizar para avanzar en los aprendizajes y arreglárselas como pudieran para seguir el ritmo que fijaban estos envíos.

Al respecto, los chicos cuentan que muchos docentes habilitaron horarios de consulta para apoyarlos en el desarrollo de estas tareas, pero esto quedó librado a la vocación de apuntalar el proceso de aprendizaje de cada docente. Los estudiantes muchas veces acudían a Internet para descifrar cómo resolver dichas tareas y otros relatan que “se juntaban en un Zoom o un Meet” para tratar de interpretar entre todos cómo abordar los trabajos prácticos que les llegaban.

Entre los alumnos de Escuelas WhatsApp también abundan los testimonios que hablan del síndrome de burnout o desgaste: fue “demasiado” dicen. Y aquellos que hicieron un esfuerzo para seguir el ritmo de entregas de los trabajos refieren como injusto los mecanismos de promoción y de calificación que se implementaron en pandemia.

Las asignaturas que se les hicieron más cuesta arriba varían según las afinidades con las distintas áreas del conocimiento de cada estudiante, pero un denominador común en ambas configuraciones escolares (Zoom y WhatsApp) fueron las matemáticas.

Los chicos refieren que la falta de explicación o la dificultad de seguir la explicación a través de encuentros sincrónicos que implicó la educación remota de emergencia fue un factor decisivo para que se les complicara. No es casualidad entonces que el protagonismo que hoy tienen los EduTubers se registre fundamentalmente en las ofertas que existen para esta asignatura.

¿Qué escuela queremos: club de amigos o laboratorio de conocimiento?

Al interrogar a los estudiantes por aquello que extrañaron de la escuela lo que más aparece es “los amigos”, el estar con sus compañeros, todo lo que refiere a la dimensión emocional y vincular que se teje en la escuela porque es el escenario en el que hacen mundo.

De modo que toda esa dinámica social de la que los privó la pandemia y que estaba contenida retornó con mucha intensidad cuando se reanuda la presencialidad. Pero si bien este entusiasmo por el reencuentro que les generó la vuelta a las aulas físicas no contribuyó a un clima sereno de trabajo, encuadrar el problema en la falta de atención de los chicos es un error.

La propuesta con la que los espera la escuela es la que defrauda y causa desinterés y apatía. Los chicos perciben la obsolescencia de los saberes que entrega la escuela y el desacople de su propuesta con lo que pasa en el mundo. Pasamos por una pandemia, hoy hay una guerra, casi a diario asistimos a acontecimientos que nos dejan perplejos, y la escuela sigue abordando el conocimiento como si fueran cápsulas que se tragan y que no tienen ningún contacto con esa realidad.

Entonces más que pensar en los hábitos que los alumnos perdieron con la presencialidad lo que creo que deberíamos pensar es en la oportunidad que desaprovechó la escuela con la pandemia, que abrió una ventana para innovar y para integrar las bondades de la tecnología de forma inteligente, y no como meros vehículos de comunicación.

¿Qué aprender en la escuela? Del enciclopedismo al saber hacer

En el nivel secundario, la llamada “Secundaria 2030″ constituye una política federal que marca un norte para el curriculum, que tiene que ver con pasar de un programa de estudios organizado por asignaturas a uno estructurado por problemas o el desarrollo de proyectos.

Esto requiere identificar los conocimientos nucleares de las disciplinas para ponerlos a jugar en un programa de trabajo que forme en estos saberes a partir de una propuesta que incluya el desarrollo de habilidades.

Los chicos tienen que adquirir ciertos saberes y tienen que aprender ciertas habilidades, es decir, tienen que saber hacer. Esto no se aprende con lecciones de lengua, clases magistrales de historia o resolviendo ejercicios de matemáticas. Hay que avanzar en la formulación de guías de trabajo interdisciplinarias que les planteen a los chicos desafíos que los reten genuinamente y entonces encuentren sentido en esa tarea. Su supuesta abulia en rigor es el reverso de la irrelevancia y el sinsentido de la tarea para la que los convocan.

¿Retornar a la normalidad o imaginar una nueva?

Einstein decía “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Más que en recuperar contenidos pensemos en cómo hacer que la escuela recupere relevancia cultural. Soy consciente de que la escuela aún tiene deudas en la alfabetización más básica (lecto-escritura y matemáticas) y que estas son herramientas elementales con las que un chico no puede egresar sin riesgo de tener una integración disfuncional a la sociedad.

Si la escuela antes podía, ¿por qué ahora no? Habrá que revisar los métodos de enseñanza, sin duda. Pero también habrá que repensar qué novedad encarnan las subjetividades que hoy recibe la escuela. Muchos de ellos son la primera generación de su familia que alcanza el nivel secundario y, como la escuela que tenemos no fue pensada para ellos, conserva mecanismos que terminan por excluirlos.

La otra novedad es que estamos frente a formas de vida tecnológicas y por lo tanto estos alumnos ya no piensan ni conocen igual que quienes nos formamos al calor de los objetos analógicos. ¿Cómo es que las tecnologías digitales fueron las principales aliadas para sostener la continuidad pedagógica y su uso se limitó a oficiar de canal de trasmisión de contenidos? ¿Tiene sentido trasvasar contenidos de un punto a otro en la era de Internet?

Los chicos se enteran de la guerra en Ucrania por las redes sociales y se forman opinión al respecto a partir de los jóvenes ucranianos que narran el drama que viven desde TikTok. ¿No deberíamos empezar por pensar una alianza inteligente con las tecnologías que redefina la formación en contenidos para pensar en formar para el mundo complejo que se consolida con la era digital?

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(*) Verónica Tobeña es investigadora asistente del Instituto de Investigaciones Sociales de América Latina (IICSAL) que depende del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Es comunicóloga y se especializa en educación y cambio cultural.

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