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Guillermina Tiramonti

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TN

La complicidad progre en la reproducción de la desigualdad educativa

La complicidad progre en la reproducción de la desigualdad educativa

En el momento de suspenderse las clases presenciales, en marzo del 2020, conocíamos la situación del sistema educativo y la desigualdad en los aprendizajes de los alumnos provenientes de diferentes estratos socioeconómicos. Ya sabíamos, todos sabíamos: funcionarios, docentes, especialistas y periodistas que un 30% más de chicos de los sectores socialmente desventajados salían de la escuela primaria sin alcanzar los aprendizajes mínimos de Lengua y que esa cifra se eleva al 40% en el caso de las matemáticas.
Las evaluaciones nos habían mostrado ya la correlación existente entre el nivel educativo de los padres y los logros de sus hijos en la escuela y teníamos claro que si esto sucedía en la situación de concurrencia a clase, su efecto se profundizaría con la suspensión de la presencialidad. También teníamos información sobre la insuficiencia de la conectividad en el territorio nacional, de la falta de internet en los hogares y la escasez de soportes tecnológicos para el uso hogareño del circuito virtual.

Perjudicar a quienes se dice defender

En base a estos datos, la Argentina suspendió la presencialidad escolar en todo el territorio sin que se pensara ninguna estrategia que permitiera amortizar el golpe para los sectores más pobres. Es cierto que el ministerio de Educación gastó mucha plata en hacer cuadernillos para quienes no tenían conectividad. No solo se repartieron mal: aunque hubieran llegado a todos los chicos, igual su aprovechamiento dependía de los recursos cognitivos y la disponibilidad de tiempo del grupo familiar para que los niños y jóvenes pudieran avanzar en los aprendizajes que se les proponían.
O sea, ya sabíamos que se estaba perjudicando a aquellos que se decía defender. Cuando se argumentaba que no estaban dadas las condiciones epidemiológicas para abrir las escuelas, aun en los distritos donde no había enfermos, se hacía a sabiendas de que los perjudicados eran los chicos más vulnerables. Cuando se hacía el coro a los gremios que exigían que antes de ir a clase los docentes debían vacunarse, se hacía a sabiendas de que se podrían buscar alternativas para no liquidar a los chicos más vulnerables.
Sabíamos desde antes que los efectos serían éstos y sin embargo, pasados unos meses, nos agregamos al coro de lamentos por los efectos de desigualación que generó la suspensión. Y luego, cuando las encuestas de opinión comenzaron a mostrar que la gente, en un 70%, reclamaba el retorno a clase, nos agregamos a las filas de los que acordaban con el reclamo de la mayoría. Claro, con reticencia porque no era un propósito genuinamente “progre”.
Es que todos sabemos que los chicos pobres no pesan en la toma de decisiones y los gremios sí, y bajan o suben el pulgar para posibilitar o no las ambiciones personales.

Más alumnos y peores escuelas

Hoy, estamos ya en otra etapa, la del retorno a clases presenciales que se ha logrado después de una larga puja entre posiciones a favor y en contra. Se han discutido hasta el hartazgo los protocolos para el cuidado de la salud que exige el retorno. Estas previsiones por lo sanitario, contrasta con la escasa y casi ausente preocupación por lo pedagógico.
Desde hace mucho tiempo, los relevamientos edilicios del campo educativo muestran que las escuelas que el Estado provee (cualquiera sea el nivel del Estado) para la atención de los sectores más desfavorecidos, son las peores. Son escuelas más pequeñas, con su infraestructura en mal estado, con menos ventilación y con malas instalaciones sanitarias. Al mismo tiempo, son las instituciones que tienen una matrícula más numerosa. Esta situación no es resultado de la natural evolución de la realidad, sino de la voluntad de los sucesivos gobiernos.
Conociendo estos datos, muchas de las jurisdicciones que conforman el espectro federal de nuestro territorio han decidido que en aquellas escuelas que por sus características edilicias no permiten atender a todos los alumnos a la vez respetando las exigencias del protocolo sanitario, los alumnos tendrán clase por turno, es decir, una semana sí y otra no. Intercalando los grupos. En la semana en que no van, se les dará tarea para realizar en casa. O sea, volverán a estar sometidos a las posibilidades familiares para aprender o no.
Este modelo piensa a la infraestructura escolar como un límite insalvable para el ejercicio de la enseñanza. ¿Sólo en las escuelas se puede dar clase?
Todos los distritos tienen una considerable cantidad de edificios que podrían proporcionar espacios muy amplios para dar clases. Hago un paréntesis para aclarar que siempre hay excepciones, aunque son las menos. En el país, hay 67 instituciones, entre universidades e institutos universitarios, que en términos generales seguirán teniendo actividad virtual. ¿No podemos usar las aulas universitarias para dar clase? En Uruguay, están haciendo eso. ¿Qué nos impide a nosotros hacerlo?

Lo virtual es más barato

Del mismo modo, hay numerosos institutos terciarios que se podrían ocupar con el mismo propósito. Lo más preocupante es que pareciera que los progres del campo educativo, han cerrado filas en favor de un modelo, del cual necesariamente resultará una profundización de la desigualdad.
Los gobiernos de todos los niveles, vienen de un año de provechoso ahorro en educación. La no presencialidad es notablemente más barata que el sistema de clases presenciales. No hay gastos de funcionamiento y tampoco hay que cubrir licencias. ¿En qué usamos esa plata? ¿No podríamos gastar un poco en que todos los chicos tengan clase cuatro horas, todos los días hábiles del año?
La provincia de Buenos Aires anunció que destinaría 1.700 millones de pesos para pagarle un plus, además del sueldo, a los docentes que, durante febrero, hayan atendido a los chicos que se desvincularon de la escuela. Más allá de lo que pensemos en relación a si corresponde o no dar un plus remunerativo a los docentes por dar clases, lo que quiero señalar es que en la Argentina la mejora en los presupuestos tiene un único destino: el reparto de plata, en general, para multiplicar el número de docentes.
Nada de imaginación para financiar alternativas al círculo vicioso de la reproducción de la desigualdad. Lo que hacemos conforma a los gremios pero no sirve para sacar a los chicos del pozo en el que los hemos sumergido.
¿Qué diremos cuando finalice este año? ¿Diremos con tono consternado que lamentablemente, aún con los esfuerzos que se han hecho para que todos los chicos tengan clase, los pobres siguen sin aprender o sin retornar a la escuela?
¿Seremos así de cínicos?

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